Casa de Melilla en Madrid

Yo quiero la revolución

“YO QUIERO LA REVOLUCIÓN”
“Yo quiero” es la cantinela repetitiva de la niñez, en su etapa más egoísta y caprichosa.
Álvaro Cordón Flores

El señor de 29 años, que tal dice, ignora o desprecia los hechos de la historia reciente, de más actualidad. El ¡yo quiero! apunta maneras, es la expresión de una euforia que pretende sobrepasar la sobredosis revolucionaria de alguien que propone referencia a guillotinas y otras peculiaridades inquisitoriales, tales como: control de medios, de la judicatura y de variopintos y diversos menesteres para el control de la sociedad, incluido el ámbito personal de cada cual.

¿Qué quiere decir este señor cuando dice: “yo quiero la revolución”? ¿Qué significa lo que proclama? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿La fidelcastrista-bolivariana con la que se le ve en buena relación y buen rollo? ¿Cree qué es eso lo que nos conviene a los españoles? ¿O es lo que le conviene a él y a los objetivos del entorno en el que se desenvuelve y permanece?

¿De verdad cree este señor que hay que hacer una revolución para que acabemos lo mismo que esos ciudadanos que llevan perdidos más de 50 años de historia y de democracia?

Ya sabemos que nuestra democracia es imperfecta y que, sin duda, tiene que mejorar todavía mucho más, de acuerdo, pero de lo no cabe duda alguna es de que nuestra sociedad es mucho más democrática, y de que nuestro bienestar social está mucho más avanzado y universalizado que el existente en la ensoñada sociedad que sueña el deseador de revoluciones pendientes.

Si este señor quiere ser honesto, políticamente hablando, debería hacer un estudio de los indicadores sociales: condiciones laborales, grado de libertades democráticas, respeto de los derechos humanos, existencia de partidos políticos, separación de poderes, renta per cápita, condiciones de habitabilidad de sus hogares, libertad de movilidad de las personas, libertad de prensa, vías de comunicaciones y medios de transporte para personas, mobiliario doméstico y aparatos electrodomésticos en las casas, posesión de automóviles propios, y un largo etcétera que puede resultar interminable.

Si este señor cumple con su obligación de informarse de todo lo que puede incidir en el bienestar, tanto social como económico y político de los españoles, si retrocediéramos en el tiempo, y si no es desleal con los españoles, deberá convenir, en buena lid, que no merecemos que se nos intente meter en ese callejón sin salida.

Si hace ese ejercicio de responsabilidad política y ética, seguro que entenderá que la expresión: “yo quiero la revolución” es cuando menos inapropiada, inconveniente y contraria a los intereses generales de los españoles.

La alternativa a los problemas actuales es buscar soluciones válidas a los mismos y que cuadren dentro del sistema democrático que nos hemos dado y en el que estamos. No es de recibo que, en lugar de ofrecer alternativas válidas y posibles, álguienes sólo nos ofrezcan el ruido, rencores, enfrentamientos, recetas decimonónicas e inservibles para la sociedad en la que vivimos actualmente, ocurrencias deshilvanadas y demagogia, mucha demagogia.

Señor de 29 años, por favor, reflexione, piense y no procure a los españoles fatigas innecesarias. Todos somos necesarios, usted también, pero procure aportar algo más positivo para nuestro futuro, en lugar de ese imperativo despropósito.

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