Una de las mayores preocupaciones de las autoridades de Melilla desde los primeros años de su ocupación, era la toma de leña necesaria ante todo para cocer el pan. Dentro de la ciudad no había árboles ni lugar donde pudieran prender, por eso tenían que salir y afrontar el peligro de enfrentarse al moro, salida que se hacía en grupos muy reducidos dado el no muy elevado número de la guarnición.
Bartolomé Dorador, el veedor de la ciudad, se lo hacía saber al rey en carta, de cuatro de febrero de 1550: